LA PRIMERA Y LA PENúLTIMA VEZ
Por José Ramón Cid Cebrián. Octubre de 2005
En una lejana tarde de agosto de 1975, conocí personalmente a El Guinda, con anterioridad, lo había visto tocar en alguna ocasión, tanto en la Alberca como en la Peña de Francia, pero por mi niñez, no reparé ni en su persona ni en su música. Aquella tarde de agosto, estaba muy interesado en escochar y conocer a El Guinda; desde hacía algunos meses me encontraba aprendiendo a tañer la gaita salamanquina y el tamboril, teniendo como maestros, algunos viejos tamborileros tradicionales que residían en los alrededores de Ciudad Rodrigo y lo cierto, es que impactó tremendamente, aquel tamborilero era diferente, yo diría único.
Se hallaba ataviado correctamente de albercano, portando el traje con especial elegancia y la misma sencillez de alguien que siempre hubiera vestido de aquella forma; estaba tocado con el pañuelo que le envolvía la cabeza a estilo serrano, su rostro, curtido por el tiempo, poseía ciertas facciones que denotaban cierto aire, a un ancestro, no se si de árabe o judío. Llevaba colgado de una banda, el tamboril "nuevecito", de color marfil con dibujos de ramos, pájaras de colores y los aros rojos, lo percutía con tremenda precisión y naturalidad, ejecutando complicadísimos ritmos, adornados con enmarañados redobles, matizando hasta un extremo inusual, la intensidad de los golpes en los pianos de la gaita. Por aquel entonces, yo solo conocía los viejos tamboriles, fabricados de bidores de hierro y el tamboril de El Guinda me deslumbró, amí me parecía de nácar y su toque, mágico e imposible. La gaita no lo era menos, la llevaba colgada de uno de los botones de plata del chaleco por una cadena dorada, tañéndola de la forma clásica con la mano izquierda levantada po encima de la horizontal, con cierta chulería, para esparcir su poderoso timbre, que como dirán los viejos, sonaba como un clarín, en un estilo también único, revolviendo las voces, floreando y ornamentando sus ágiles notas musicales, con aquellos dedazos de hombre de campo pero de una sensibilidad exquisita. Aquel día nos hicimos muy amigos y tuve el gran honor de qu fuera mi maestro, desde entonces, cuando venía a Ciudad Rodrigo se quedaba en mi casa, cuando yo iba a La Alberca, las puertas de su hogar me las abría de par en par, vivimos multitud de andanzas tocando juntos en todo tipo de festivales y fiestas.
La penúltima vez que estuve con El Guinda fue hace un par de años, llevaba tiempo sin verlo y había estado gravemente enfermo, era un frío día de invierno, decidí dejar mis ocupaciones cotidianas y me escapé para visitarlo presentándome en su casa sin avisar, se emocionó al verme, lo encontré triste y cansado, ya no le brillaban aquellos ojillos con su sonrisa habitual de niño pícaro, por primera vez lo hallé acobardado sentado al brasero, la gargante se me hizo un nudo y a duras penas acerté a decirle: -Pero, Sebastíán, te tienes que animar. A lo que me contestó: -Estoy jodido, en cuando toco una mieja me ahogo. Como era cerca de medio día, compartimos como tantas veces, un puchero de garbanzos que la Marce tenía en la lumbre. Durante la comida, hablamos d enuestras familias, de los amigos, de lso tamborileros que se fueron como el Tío Frejón y recordamos algunas anécdotas. Cuando concluímos, mandó a La Marce que le descolgara el tamboril del gancho del techo de la cocina y que le trajera la gaita del cajón de la cómoda, me los entregó y me pidió que los tocase. Interpreté uno de sus picaos habituales y al terminar le dije: - Ahora te toca a tí. No se hizo de rogar y se lanzó con un fandango cortito, se apreciaban sus facultades mermadas, pero su personalísimo toque, que hacía tiempo que no escuchaba, me siguió entusiasmando y emocionando como el primer día, donde hay siempre queda y pensé para mís adentros: "la zorra por vieja, perderá los dientes, pero no la maña de morder".
Al poco tiempo, los hijos del Guinda, que un día tuvieron que emigrar para el Norte, se lo llevaron junto con su inseparable Marce, a su casa de San Sebastián para ciudarlos mejor. Ojalá que el maestro se recupere y pronto volvamos a verle tocar en su querida Alberca, yo tengo un presentimiento, aquella vez fue la penúltima, la última, todavía no ha llegado.
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NOTA: El Guinda falleció el pasado 14 de Mayo de 2008 en su pueblo natal, La Alberca.
Enlace a obituario en el diario ElMundo.
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Tamborilero de la Alberca
01. Manolo mío (Alborada)
02. La Montaraza (Fandango)
03. El Seronero (Campeño)
04. Los mozos de Villavieja (Charrada)
05. Barré la callé (Pasacalles, 15 de agosto)
06. El ramo, 15 de agosto
07. Ofertorio, 15 de agosto
08. Ya va viniendo la aurora (pasacalles de misa)
09. Fandango serrano I
10. Hay mujer, mujer (Charrada)
11. Picao serrano
12. Carrascal (Fandango)
13. El baile de la botella (Fandango)
14. Allá va la despedida (Jota)
15. Un beleño (Picao)
16. El sindo (Fandango)
17. Fandango Serrano II
18. Jota
19. Si te marchas a la guerra (Charrada)
20. María del Carmen (pasodoble)
21. Palomita y Rueda (Fandango)